Los inhibidores de la bomba de protones (IBP) son uno de los grupos farmacólogicos más ampliamente prescrito. En la mayoría de los casos se utilizan para el tratamiento de la ulcera péptica y para la prevención de úlcera en pacientes antiagregados o anticoagulados de riesgo. Seguramente habremos observado que la mayoría de nuestros pacientes piensan que son fármacos inocuos y posiblemente habrán solicitado que se les extienda la pertinente receta, ya se sabe, porque a un conocido que toma AINES de vez en cuando (por nombrar algún fármaco) se lo dan para prevenir. También no es menos cierto decir que muchos médicos tienen esa misma percepción de estos fármacos.
Todo ello lleva a que en nuestra comunidad, según datos del SACyL, 625000 personas hayan tomado IBP en el último año, cifra a todas luces exagerada (a pesar del envejecimiento de nuestra población) si la comparamos con otros países de la Unión Europea, y que colocan a España a la cabeza en cuanto a prescripción de IBP.
Por eso trabajos como este publicado en JAMA Internal Medicine me parecen muy interesantes porque nos recuerdan que los IBP al igual que el resto de fármacos del arsenal terapeútico, tienen efectos secundarios. Y por eso, al igual que con el resto de los fármacos, tenemos que tener en cuenta el balance riesgo/beneficio, pautarlos cuando estén indicados y durante el tiempo que sea preciso, no extender su prescripción más tiempo del necesario y también retirarlos cuando se estén manteniendo por inercia terapeútica.
Vamos pues a desgranar el trabajo. Se trata de un estudio de cohortes poblacionales retrospectivo. Cogen una primera cohorte formada por 10482 pacientes diabéticos con filtrado glomerular normal a los que hacen un seguimiento hasta 2011; como es habitual en este tipo de cohortes disponen de todo tipo de datos administrativos sobre los pacientes y para el diagnóstico de insuficiencia renal crónica se basan en los informes de alta hospitalaria. Luego utilizan una segunda cohorte «de realización» formada por 24875 pacientes que siguen entre 1997 y 2014, y en este caso para el diagnóstico de insuficiencia renal crónica el criterio se basa en los datos que tienen de analíticas de los pacientes. Además van a realizar la misma comparación con antiH2, ya que en el período de introducción de pacientes en las cohortes, se prescribían más que los IBP, y de esta forma también analizan de paso si los antiH2 se asocian también con más riesgo de insuficiencia renal crónica.
En el análisis de los datos, en ambas cohortes se repiten los resultados, hallando un aumento del riesgo de insuficiencia renal crónica en pacientes que toman IBP, pero no en pacientes que toman antiH2; los autores estiman un riesgo del 11,8% frente al 8,5% a 10 años. Las limitaciones son en su mayor caso las habituales de este tipo de estudios, ya que por razones evidentes no podemos hacer un ensayo clínico aleatorizado. Sin embargo, hay varios estudios observacionales similares a este que han motivado diferentes alertas de la FDA y también de la EMEA, que el editorial resume en la tabla adjunta. De hecho la mayor parte del editorial lo que hace es comentar brevemente cada uno de esos estudios, y acaba recordando que lo importante no es el efecto adverso sino seguir las indicaciones. Y en esos pacientes con dispepsia más o menos funcional, plantear la deprescripción, así como en aquellos pacientes en los que seguramente por inercia se mantiene la prescripción de este medicamenteo que no es inocuo.
REFERENCIAS:
Lazarus B, Chen Y, Wilson F, Sang Y, Chang A, Coresh J, et al. Proton pump inhibitor use and the risk of chronic kidney disease. JAMA Intern Med 2016; 176:238-46. doi: 10.1001/jamainternmed.2015.7193.
Schoenfeld AJ, Grady D. Adverse effects associated with proton pump inhibitors. JAMA Intern Med doi:10.1001/jamainternmed.2015.7927
Hay gente que toma los IBP como protección para abusar de otras sustancias corrosivas para el estomago
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Pues lo primero sería plantearse evitar esas sustancias corrosivas. Y lo segundo recomendar solo su ingesta de forma puntual y no de manera continua que es lo que sucede habitualmente en la práctica clínica.
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